Alejados ya los temores de fragmentación del español que fueron preocupación de los hombres de letras de las nuevas repúblicas americanas, nuestra lengua parece tener ya muy claro el camino hacia la unidad, una unidad apoyada muy especialmente en los medios de comunicación, en la velocidad y la inmediatez en la transmisión de la información que se ha ido consiguiendo gracias a las nuevas tecnologías, primero con el teléfono, luego con la telegrafía, los télex, la radio, y hoy en día los satélites de comunicaciones y la red mundial llamada Internet.
La prensa, como principal medio de comunicación, tanto es su forma escrita como hablada, tiene una gran responsabilidad en la conservación del buen uso del español y, cómo no, en la preservación de su unidad. Hoy en día los periodistas son los maestros del lenguaje. Su hacer, sea bueno o malo, llega a todos los rincones del mundo, con los periódicos, las radios y las televisiones, y para muchísimos hispanohablantes esa es la única referencia culta, el único modelo. Así, pues, la prensa es y seguirá siendo el principal protagonista en ese camino de futura unidad de nuestra lengua. Pero ese camino hacia la unidad que, en principio, puede parecer tan llano y fácil de transitar, se encuentra en la actualidad con un obstáculo que, curiosamente, es a la vez uno de los pilares en los que se apoya: las nuevas tecnologías, más exactamente la jerga que estas están produciendo en inglés y su posterior traducción al español; es ahí donde de pronto se nos aparece otra vez el fantasma de la dispersión, de la fragmentación, pues los que encargan las traducciones exigen que estas sean diferentes según el país hispanohablante donde van a vender sus productos, y encargan un texto en español mexicano, otro en español de España, otro en español argentino... Otra vez los periódicos, la radio y la televisión pueden ser el medio que evite esa dispersión, pues a través de ella pueden difundirse los acuerdos a los que se llegue sobre traducciones y adaptaciones de extranjerismos.
Y finalmente, en ese camino hacia la unidad, otra de las cosas que deben tenerse muy en cuenta, quizás la primera de esas cosas, es que el español es una lengua hablada en muchos países, por mucha gente, y que ninguno de esos países o de esos más de cuatrocientos cincuenta millones de hablantes puede erigirse en dueño, en modelo, en norma, pues el español es de todos.